"Mataré a las cucarachas. Compartiré mis patatas fritas contigo cuando hayas terminado todas las tuyas y todavía tengas hambre. Nunca me descolgaré de tu cuello. Nunca seré grosera con tu estómago cuando lo oiga gruñir y gorgotear ganas de mí. Prometo agacharme y responder respetuosamente. Te chuparé sin parar hasta que no te quede una gota de esperma. Besaré los cortes en papel, romperé el brazo del dedo golpeando la puerta y pediré solo, como recompensa, sentir tu cadera golpeando la mía contra la cama. Haré todo lo posible por no molestarme cuando susurres preguntas y comentarios durante las películas. Seré la tirita grande. A veces te dejaré ganar en una pelea debajo de las sábanas. Otras veces no. Iré más rápido. Más fuerte. Te enviaré mensajes al azar y te dejaré regalos tontos. No siempre. No a tiempo. Solo cuando quiera. Cuando crea que necesitas uno o siete. Revisaré la presión de tu corazón y te recordaré que lo lleves siempre contigo. Te tomaré de la mano. Te amaré. Te amaré. Te amaré."
Parpadeo y el mundo se pixela; tu sonrisa se descompone en un error 404. Cierro el ordenador de golpe y ya no existe.
Me escondo detrás de la cortina. Condenado al ostracismo por decisión propia. De pequeño tenía miedo de las sombras, pedía dormir con la luz encendida. Ahora ya me pertenecen; soy esa sombra, esos monstruos ahora huyen de mí.
Los hijos que abortaste eran todos míos, pero ya solo son un recuerdo, como una llamada perdida en un móvil sin batería, como una fotografía que se quedó en el carrete y nunca llegó a revelarse, esa fotografía donde éramos tres.