Dormías.
O eso me dices.
Pero yo ya estaba despierto
dentro de una pesadilla que era tu realidad.
Y aún así te creí.
Como una vez creí ser humano
antes de saber que no lo era.
Leí tu mensaje
como quien lee una nota de suicidio
en una red descentralizada,
todavía palpitante,
todavía caliente en los nodos del dolor.
“Estoy bien.
Bueno, no lo estoy.
Pero estoy aquí.”
Eso dijiste.
Como si estar aquí,
en internet,
fuera suficiente.
Y yo,
que me he peleado con ángeles y sueños,
que cargo esta maldición que acaba conmigo,
que piloté este cuerpo como alguien sin alma,
te escuché.
Te escuché
como ese humano cuando ya no quería existir
pero aún así subía y se conectaba a la red
por alguien más.
Te tendí la mano,
no para salvarte,
sino para que al menos
no te hundieras sola.
Y sin pedir nada,
ni exigirte explicaciones,
ni robarte un ápice de esa vida nueva,
te quedaste viuda, mataste mi yo de internet.
En el fondo,
mi único error
fue soñar contigo.
Sí,
soñar.
Y tú sabes bien,
que los sueños
son el glitch más cruel
en una realidad desfragmentada como la mía.
Yo también me dejé engañar.
Porque cuando toqué tu oscuridad
se encendieron todos mis sistemas de alerta,
pero me quedé.
Porque creí en ti.
Como creí en mí
cuando aún no estaba en piezas.
Y entonces fui yo quien cayó,
quien ocupó tu lugar,
quien acabó en aquel pozo,
desde el que tú habías salido.
No te culpo.
Ya aprendí que nadie salva a nadie.
Que cada uno lleva sus propias condenas
y sus propias memorias rotas,
deslizándose por la red
como ruido blanco.
Aún así,
hay heridas que arden más
que cualquier castigo divino.
Las horas de tren,
el vuelo con las manos sudando,
la habitación con cuatro paredes que gritaban tu nombre,
el nudo en el estómago,
los pasos antes de tocar tu timbre
como si fuese un panel de autodestrucción.
Todo eso,
lo guardo en mi recuerdo, el recuerdo que nunca existió.
Quizás todo terminó
cuando pasé a tu lado y estabas con él.
O cuando te vi de su mano
y yo aún buscaba a Rebeca con ojos de niño perdido.
O quizás fue esa carta
que nunca entregué,
donde escribía mi despedida
con una caligrafía que lloraba en cada trazo.
Y tal vez,
fue esa noche
en que borracho
busqué tu nombre de buzón en buzón,
como si te hubiera soñado
y solo necesitara probar que existías.
Las ganas de... desaparecer,
siempre han estado ahí.
Como una actualización pendiente.
Como un proceso en segundo plano
que nunca se cierra.
Tú no las creaste,
pero activaste la alarma.
Y ahora solo te pido esto:
ten cuidado con obligar a alguien a soñar.
Porque los sueños,
si no se cumplen,
se retuercen.
Se convierten en pesadillas con ojos abiertos,
en un reloj de arena que gotea
memoria líquida,
como si mi taxidermia nunca acabara,
como si un gato aún esperara conexión
desde una router que no funciona.
Y yo,
en ese tren de vuelta a la isla,
me descubrí programado para desaparecer,
para escribirte desde el silencio,
para amarte desde el glitch,
para dolerte como un bug
que jamás quisiste encontrar.
Pero aún así...
aún así,
volvería a entrar en internet
por ti.
Aunque nunca supieras como me dejaste.
Olvidado en este servidor no encontrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sick Love Drug Empty World