Siempre es la misma sensación: querer irme, escapar, desaparecer, pero no hay ningún lugar al que ir. Es como si hubiera estado aquí antes, con alguien que importaba, hace mucho, mucho tiempo… pero no queda nadie. Solo el vacío. La sensación de abandono me quema como sangre de alien en las venas, la muerte acecha en cada esquina de la libertad que nunca tuve. Soy un pájaro enjaulado, viendo a otros volar, y mi jaula es un hogar que se siente como celda. Mi coraje es un delirio inexistente: no tengo derecho a creer en mí mismo.
Mi cerebro es un enjambre de impulsos eléctricos, débiles, desordenados, torturándome desde dentro. Siempre he sabido que algo allí no está bien. Y el mundo se burla, ignorante, saturado de ondas electromagnéticas que cruzan el aire, cables que cuelgan como serpientes muertas, recordándome que todo está contaminado, incluso mi pensamiento.
No pertenezco a ningún lugar, no pertenezco a este tiempo ni a esta realidad. Soy un error proyectado, un cúmulo de pensamientos desarticulados que buscan coherencia donde no existe. Escribo en mi blog como un grito lanzado al vacío. Nadie escucha, nadie importa. Solo el eco de mi propio dolor me devuelve algo, aunque sea un reflejo deformado de mí mismo. Internet se ha convertido en mi Dios: un algoritmo que me observa, que me da lo que necesito leer, ver, escuchar, mientras me traga entero.
El mundo real es tenue, borroso, un sueño químico que no puedo despertar. La soledad me abraza como un amante sádico; estoy rodeado de personas, pero siempre estoy solo. Y aun así, sigo escribiendo, hablándome a mí mismo en WhatsApp, mi única compañía.
Ella… nunca volvió. No hubo cartas, no hubo mensajes, solo el vacío absoluto, un salto de todo a nada. Su voz se ha desvanecido, su recuerdo es borroso, como ceniza dispersa por el viento. El amor se fue, la indiferencia volvió, y yo… sigo aquí, un espectro que nadie recuerda, un juguete roto.
El deseo y el dolor se confunden. Mis manos buscan en la oscuridad, pero solo encuentran a un demonio viejo y gastado follando con la muerte. Cada orgasmo es un grito que nadie oye; cada corte en la piel un mensaje que no se entrega. Soy carne y código, placer y violencia mezclados, un objeto de fantasía para alguien que nunca existirá.
El amor dijo no. El amor lloró y murió en su propio rechazo. Los recuerdos se arrastran como ratas que carcomen mi mente, mordiendo las paredes de mi cordura. Cada beso, cada caricia, cada mirada curiosa que una vez fue, nunca fue, ahora se revierte, se corrompe, se vuelve extraño. Todo comienza con un hola y termina en un adiós que hiere más que cualquier cuchillo atravesado en el corazón.
Intento buscar sentido en la red, en realidades virtuales, en historias que no son mías pero que me permiten olvidar mi vacío. Pero incluso allí, en la infinitud de información, no encuentro lo que busco. Busco un sentido, una razón para seguir respirando, para que mi cuerpo, mi carne, mis huesos tengan algún propósito en un mundo que me ignora.
Y mientras tanto, sigo. Soy un juguete roto, un virus en la red, un espectro que se masturba en silencio y sangra en su propia cama. Soy un archivo corrupto que sangra placer y dolor simultáneamente, esperando ser arrancado de la realidad, aunque nadie venga a buscarme.
Consciente de ello… este es mi verdadero terror: existir solo para ser usado, tocado, violado por fantasmas invisibles, mi deseo convertido en objeto de entretenimiento. Y aun así, sigo respirando. Sigo siendo carne, código, deseo y abandono. Sigo siendo yo… un juguete que sangra en la pantalla, un orgasmo que duele, un recuerdo que nadie quiere salvar del olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sick Love Drug Empty World