Que la ausencia sería paz, una tregua, una anestesia universal. Pero mi nacimiento traía consigo la maldición de sentir, de vivir cada punzada como un cuchillo en la médula de zurcir con alambres cada vena, cada latido que se resistía a apagarse.
Nadie soportó conmigo lo insoportable, nadie se obsesionó con mi propio corazón como yo, nadie miró de frente el espectáculo grotesco de mis demonios personales abriendo puertas para dejar entrar a los fantasmas de siempre arrastrando melancólicamente tiempos mejores, días que quizá nunca fueron tan buenos como la nostalgia insiste en hacerme creer en el ayer.
Quizá sea apatía crónica.
Quizá dolor crónico.
Quizá una enfermedad sin cura cuyo único remedio es el que a todos nos receta el tiempo.
"Qué cosas más tristes escribes siempre..."
Lo sé.
Pero perdóname.
Y te perdono también,
porque llegas tarde.
Si es que vas a llegar alguna vez.
Soy como ese jarrón con flores secas.
Golpes inevitables.
Decepciones constantes.
Amores fugaces.
Abandonos asegurados.
Aprendí a aceptar la nada, a convivir con ella como un huésped permanente, por eso si me voy será sin motivo aparente sin dramatismos ni despedidas, porque nadie conoce estas palabras, nadie sabe lo que hay dentro de mí, nadie entiende cómo todo duele el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario