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SICKLOVEDRUGEMPTYWORLD



Me trajeron a un mundo donde solo los amantes sobreviven. Pero yo vine solo.

Un mundo que te susurra paz al oído mientras te empuja, día tras día, a una guerra sin tregua. Una batalla sin sentido, sin gloria, sin trofeos. Lo descubres con los años, cuando el espejo te devuelve la imagen de un rostro más viejo, más cansado, más derrotado. No puedes cambiar de canal. No puedes apagar esta pesadilla. No es ficción. Pero duele como si alguien hubiera escrito el guion solo para verte desangrar.

Podrías tener armas, coches, casas. Da igual. Aquí no importa. Aquí no quieren matarte del todo, solo destruirte a fuego lento. Exprimirte. Romperte. Corromper hasta el último pedazo de lo que alguna vez fue un alma libre.

Te miran por encima del hombro. Te quitan lo único que podría salvarte: la música, el cine, un buen libro. Y ni hablemos del amor. Esa trampa. Ese anzuelo envenenado en el que caíste como una cucaracha. Subiste por cuestas llenas de cuchillas, sangraste por alguien a quien nunca le importaste. Te arrastraste como un malnacido por un sueño que ni siquiera era tuyo.

Y aquí estás. En este laberinto de paredes en llamas. Condenado a vagar. O a arder. Elige.

Cada día se llevan un pedazo más de ti. Hasta que solo queda un cascarón. Regando una flor en medio del desierto con la poca dignidad que aún te queda. Con los restos de una ilusión que se pudre igual que esa flor. Porque sabes que todo fue en vano. Que nunca hubo salvación.

Podrías tener millones o no tener nada. Ninguno de los dos paga el precio de haber nacido. Te traicionan. Te olvidan. Se ríen de ti. Y tú solo esperas. Como Ralph esperando una carta que nunca llega, una llamada que nadie hará, un mensaje que no se escribe.

Y cuando ya no sirvas. Cuando tu dolor ya no sea rentable. Cuando ni siquiera puedas llorar… entonces te dejarán en paz. Te colgarán como un dispensador de gel después de la pandemia: olvidado, reseco, inútil.

Tu única sonrisa será una mueca torcida. No de felicidad. De odio. De saber que todo fue una mentira. El sexo, el amor, la ternura... ilusiones rotas. Porque tú no viniste aquí para vivir. Viniste para sufrir.

Y ahora ya da igual. Que te apunten a la cabeza con un revolver, que te griten, que te amenacen con matarte. Solo puedes decir: “Por fin. Gracias.”

La parte buena es que ya no tienes miedo. Ya no hay tristeza. Solo el vacío. El puro y honesto vacío. No necesitas defenderte. No hay amenazas. No hay razones.

Puedes coger una silla. Sentarte. Y esperar. Mientras el mundo arde. Mientras scrolleas y ves cómo todo se va a la mierda. 

LA DOULEUR

 
Pensé que antes que el dolor, la nada.

Que la ausencia sería paz, una tregua, una anestesia universal. Pero mi nacimiento traía consigo la maldición de sentir, de vivir cada punzada como un cuchillo en la médula de zurcir con alambres cada vena, cada latido que se resistía a apagarse.

Nadie soportó conmigo lo insoportable, nadie se obsesionó con mi propio corazón como yo, nadie miró de frente el espectáculo grotesco de mis demonios personales abriendo puertas para dejar entrar a los fantasmas de siempre arrastrando melancólicamente tiempos mejores, días que quizá nunca fueron tan buenos como la nostalgia insiste en hacerme creer en el ayer.


Quizá sea apatía crónica.

Quizá dolor crónico.

Quizá una enfermedad sin cura cuyo único remedio es el que a todos nos receta el tiempo.

"Qué cosas más tristes escribes siempre..."

Lo sé.

Pero perdóname.

Y te perdono también,

porque llegas tarde.

Si es que vas a llegar alguna vez.

Soy como ese jarrón con flores secas.

Golpes inevitables.

Decepciones constantes.

Amores fugaces.

Abandonos asegurados.

Aprendí a aceptar la nada, a convivir con ella como un huésped permanente, por eso si me voy será sin motivo aparente sin dramatismos ni despedidas, porque nadie conoce estas palabras, nadie sabe lo que hay dentro de mí, nadie entiende cómo todo duele el dolor.

CUANDO VENGAS


Ven, acuéstate conmigo como Dios, solo en espíritu.
No en la carne, no en la piel, sino en la ausencia que nos consume.
Hazme el amor como el viento lo hace con las hojas, sin quedarse nunca,
solo agitando, solo estremeciendo, solo dejando eco de lo que nunca fue.

Tortúrame en cuanto te sea posible,
haz de mi cuerpo un templo donde nadie reza,
donde las paredes tiemblan con el peso del silencio.
Déjame abandonado en mi propio sufrimiento,
sumergido en aguas que nunca tocan tierra,
aguas sin orilla, sin fondo, sin destino.

Ni siquiera en la mirada,
ni en el sentimiento,
ni en el diluvio.
Todo abierto, todo cerrado,
nada dentro, nada fuera.
Que jamás cese la imagen de mi caída
desde arriba,
viendo el paisaje desaparecer en su propio vacío.

Ven sin tocar, sin estar.
Sé solo espiritual,
dolor puro, dolor limpio,
un sonido sin eco,
un grito ahogado en el tiempo.

No tocaré jamás.
No sabré jamás.
No sentiré jamás.
Lo real.
Nunca.

Y sin embargo, si vinieras de verdad,
te besaría sin prisas, con la calma de un último deseo,
con la suavidad de quien sabe que todo se acaba,
pero no ahora.
Te sostendría con la delicadeza de quien teme perder lo que nunca tuvo,
dejando mis dedos en tu piel como promesas sin palabras.

Pero no vendrás.
No en la carne, no en la piel.
Solo en el eco de lo que nunca fue.


MISERABLE

Soy un miserable con suerte, peor que antes, peor que nunca. Cuando me sonríe, se me pone dura. No temo a la muerte porque hace tiempo que le he ofrecido mi cuello y aún no ha tenido los cojones de morder.

Tengo alma de samurái atrapada en la piel de un vago, un cuerpo que arrastra el peso de su propia contradicción: lleno de amor y odio a partes iguales, a veces reventando de pasión, a veces vacío como un casquillo en el suelo. Cubro mis necesidades vitales escribiendo esto, apagando el fuego solo para avivarlo con gasolina. Reprimo mis instintos suicidas revolviendo mi propio caos, ordenándolo por partes como quien diseca un cadáver, intentando darle un sentido a todo cuando escribo, solo para no terminar devorándome a mí mismo.

Elijo caminos que nadie pisa, cruzo la hierba alta, la selva densa, me pierdo a propósito, me alejo de todo porque lo único que me queda es la distancia. Sueño con sangre y muerte, con billetes y oro, con fama y focos y, a la vez, con la dulce idea de desaparecer. Un pie en el caos, el otro en la nada, y en el pecho, en la parte izquierda, un agujero negro donde debería estar algo que hace tiempo dejó de latir.

No estoy muerto del todo. Si puedo sentir algo, aunque sea esta desidia que me cala los huesos como un puto invierno eterno, significa que aún respiro. Pero hace tanto tiempo que no lloro que creo que me he secado por dentro. Ya no siento pena, ni por mí, ni por nadie. No hay compasión, no hay piedad, solo un filo afilado que parte el aire en dos.

Soy una katana sin dueño. Nadie se atreve a empuñarme porque sabe que no hay vuelta atrás. Soy la revolución que se quedó atrapada en una rutina de mierda, una serpiente moviéndose entre sombras. No soy tu amigo, no me conoces, y si me ves, mira al suelo.

Soy un fantasma en tu mundo.


?



Era una gran ciudad, pero entre salto y salto de canción no se escuchaba nada. Solo el silencio y yo, esperando el cercanías como si el mundo ya no existiera.

Las 3:00 AM y los gatos escarbaban en los cubos de basura. Salían disparados al escuchar mis pasos, como si incluso ellos supieran que algo en mí estaba roto. No había muerto nadie, o quizá sí. Quizá era yo quien había muerto hace tiempo y solo caminaba con el eco de un funeral a mis espaldas, con un ataúd abierto donde mi cuerpo se descomponía a la vista de todos.

Apreté los dientes. Miré al cielo, buscando un respiro, pero las estrellas estaban cubiertas por la lluvia. El nudo en mis manos se cerró en un puño, la mandíbula tensa, la tristeza atragantada en mi garganta. Aguanté. Aguanté hasta que la presión fue demasiada, hasta que mi rostro ardió y mis ojos se llenaron de agua. Si parpadeaba, las primeras lágrimas caerían. También serían las últimas.

Puertas negras que se abrían y cerraban. Me vi envuelto en una sábana blanca, como un cadáver esperando ser reconocido. Dos serpientes enroscadas entre sí, la ropa negra esparcida por la cama. El calor. El maldito calor de su cuerpo sobre el mío. La saliva en su lengua, la forma en que me la enseñaba antes de dejarme beber de ella. Eso es lo que echaba de menos. La pasión. La forma en que me envolvía con sus brazos y, por primera vez, me hacía sentir tranquilo. Como si nada en este mundo pudiera alcanzarme mientras estuviera ahí.

Yo nunca luché por mí mismo. Nunca supe hacerlo.

Tal vez este sea mi camino. Tal vez no.

No tenía estudios. No tenía trabajo. No tenía ganas de vivir. Estaba en la capital, solo, sin nadie que recordara mi nombre. Y lo único que quería hacer era gritar, partirme la garganta en mitad de la calle vacía hasta que alguien —cualquiera— se diera cuenta de que existo.

Era discordante, lo sé. Pero el silencio es perfecto. El silencio es el único testigo que no miente.

Tal vez pienso demasiado. Tal vez imagino demasiado. Pero su voz resuena una y otra vez en mi cabeza, en mil tonos distintos, incluso ahora, mientras escribo esto.

Ser fuerte. Autoestima. Y todas esas cosas que nunca han significado nada para mí.

Las farolas de la calle parpadearon. Se apagaron y se encendieron de nuevo en menos de un segundo.

Eso me distrajo.

Y empezó a llover suavemente.


PIES PLANOS


Es un mareo constante.

Una caída de golpe.

Digo:

En sueños

. . . . . . . . . .

Despertarme.

Y...

Dicen que han preguntado por ti.
¿Quién?
Las mariposas,
que hace tiempo que no te ven surgir.
Pues, ¿por qué no abres el bote
y destapas tus deseos,
y rompes las cadenas?
No te defiendas más
detrás de esa máscara
que de nada sirve,
porque los ojos,
si se cierran,
te vuelven
a ver
otra
vez.

Y la muerte te espera,
sin prisa,
a que corras,
de arriba para abajo,
de abajo para arriba.
Te deja sus cartas boca arriba.
Apuesta,
apuesta en la partida.
Dalo todo a cada segundo en toda tu vida.
Aprovecha el tiempo,
que tiene todos los boletos para ganar.
Da igual el número que salga en la ruleta.
Siempre va a ganar,
siempre va a ganar,
y te espera.

Camina por la calzada de la carretera en sentido contrario de los coches.
Lleva un chándal,
una botella de Coca-Cola con vino dentro,
y se esconde del sol—o al menos lo intenta—
hasta llegar al rincón de la manzana podrida
del paraíso que existe en la química de su cabeza.

Y...

—Hola, ¿qué haces por aquí?

—Estoy esperando a ver si te veo pasar.

—Pues ya me ves.

—Sí, pero ya es la hora de despertar...


VEN A ARDER CONMIGO




- Hola, que haces por aqui otra vez?

- Estoy esperando a ver si te veo pasar.

- Pues ya me ves.


-Sí, pero ya es la hora de despertar...

Porque el destino no es más que una broma pesada, un chiste mal contado por los dioses que nunca nos escucharon. Porque no hay brújula ni redención en este camino de mierda, solo el eco hueco de mis pasos resonando en las esquinas donde los sueños van a prostituirse como cuerpos sin nombre esperando su turno en la morgue del olvido.

Me verás, sí. Me verás partirme por la mitad en noches que no terminan nunca. Me verás morder la muerte y escupirla con desprecio, tentarle a la suerte con una sonrisa rota, jugarme el alma en cada trago, en cada amanecer que me encuentra más destrozado pero aún de pie. Haré de mi ego polvo y lo inhalaré como un último chute de esperanza. Transformaré el dolor en gasolina, y de mis heridas no brotará sangre, sino carcajadas afiladas como navajas.

Pondré flores en mi propio funeral, justo ahí, en el cementerio de lo que nunca fuimos. Enterraré todo lo que quedaba de nosotros bajo el asfalto caliente de alguna calle oscura. Y entre sábanas, entre sombras y espasmos, entre alientos entrecortados, seré un hereje en tu templo, un demonio en tu altar, un mendigo desesperado por tus besos.

Seré droga. Seré tormenta. Seré el incendio que jamás podrás sofocar. Y cuando el infierno nos reclame, apagaré sus llamas con mis propios dedos.

Ven. Ven a arder conmigo

EL DIABLO


Era las lágrimas de mis ojos, pero ahora soy rayos y truenos en el cielo. No más súplicas, no más noches deshechas entre respiraciones cortadas. Espero que disfrutes de las migajas del amor, de su calor de mentira, de su abrazo vacío. Que te tapen sus brazos, que te cuenten cuentos bonitos, que te susurren promesas que no pesan nada.

Porque te juro que vas a ver llover sangre allí donde te encuentres. Te lo juro.

Tengo en una oreja a la muerte, en la otra al diablo, y los dos diciéndome lo mismo: Vente. Susurrándolo, gritando, arrastrándome con una lengua que me quema la piel. Y delante de mí, un espejismo, tu imagen distorsionada, riéndose. Diciéndome con esa sonrisa que me destroza: ¿Qué coño esperabas?


LO QUE MEJOR SABES HACER


—Entonces sigue tirando…

La voz de Jorge Fernández en mi cabeza. Tiraba de la ruleta, obediente como un autómata. El público aplaudía, gritaban bote, bote, bote con la misma energía con la que un hombre borracho pide otra ronda en el bar. La ruleta giraba, claclaclaclaclacla, cla, cla, cla… hasta que se detenía en una cifra de dinero.

Y allí estaba el panel, burlón, despiadado:

"Algo que se te da muy bien hacer"

D_ _ _ _ _ _ _ R

—Voy a decir una letra, C de Casa.

La azafata se gira, toca la letra y la C se ilumina como un maldito aviso de neón.

—Vale, Jorge, resuelvo.

—Bien, perfecto, cuando quieras. Resolvemos por 1200€.

DECEPCIONAR

—Muy bien, es correcta. ¡Decepcionar!

Aplausos. Melodía triunfal. Ueeeeeeeee.

El premio: la confirmación de lo que ya sabía.

—¿Quieres otra copa?

Me miraste con esa expresión que oscila entre la lástima y la indiferencia, como si supieras que ya no había nada que rescatar de este espectáculo. Solo un hombre en un concurso imaginario donde ganar es perder.

Diablos como sombras sin cara, de cuerpos negros, rodeándome en el reflejo del vaso vacío.


ENGAÑATE


Las luces del tren iluminaban las vías como un aviso de que todo era demasiado tarde. Me quedé allí, quieto, esperando que algo me arrastrara, que la gravedad hiciera su trabajo, que la historia tomara el giro inevitable que había estado escribiendo en mi cabeza una y otra vez. Pero el mundo, cruel y obstinado, me dejó de pie.

Piensas que lo que quieres arreglar conmigo es sobre nosotros, pero no, es contigo mismo. No soy yo la herida, soy el espejo donde ves reflejado el error, la vergüenza, el fallo que no puedes borrar. Te equivocaste, y lo sabes. Pero la diferencia entre tú y yo es que yo no me engaño.

Ya es tarde. Demasiado tarde para los que saltaron, para los que se dejaron llevar por el abismo, para los que pensaron que encontrarían paz al final de la caída. Tú ya cometiste tus errores, ahora disfruta de tu mundo de lunares, mintiendo a los que no te conocen. Y yo me quedo aquí, con la certeza de que ni siquiera la muerte me quiere.


VAMOS A VER


Rebeca, ¿hasta dónde crees que puedo llegar antes de romperme del todo? ¿Cuánto filo más puede resistir mi carne antes de abrirse en un último suspiro? Lo que hicimos no fue amor, fue algo más sucio, más primitivo, más cercano a la violencia que a la ternura. Y sin embargo, aquí estoy, aferrándome a la idea de que quizá, en algún rincón de tu piel, dejaste un espacio vacío para mí.


Te follé como si quisiera desaparecer dentro de ti. Te besé como si pudiera borrar cada palabra cruel que me escupiste en las discusiones. Pero al final, solo quedaba el silencio, el peso de la realidad colgando sobre mí como un cuchillo listo para caer.

La adición de tus dedos en mi cuello agrega un tipo primitivo de estimulación que me roba la respiración y los pensamientos. Me quedo suspendido en ese instante, entre el placer y el ahogo, entre el deseo y la agonía, como si todo mi cuerpo supiera que después de ti solo hay vacío.

No me importa. Vamos a ver cuánto dolor puede aguantar este corazón antes de que deje de latir.


NIÑOS


Explotar el potencial, encontrar el origen.

Rebeca, a veces me pregunto si alguna vez me viste por lo que realmente era. Si fuiste capaz de ver más allá de la piel, de los huesos, del deseo crudo que nos deshacía en las noches donde follábamos como si quisiéramos extinguirnos el uno dentro del otro. Si en algún momento entendiste que yo no era solo un cuerpo que ardía por ti, sino una guerra que nunca encontraba tregua.

Siempre quise explotar mi potencial, llegar al núcleo de lo que realmente soy, pero cada vez que me acercaba a ese punto de ignición, tú estabas ahí. Como una sombra. Como un fantasma con tus piernas abiertas, con tu risa entre dientes, con tus cicatrices que yo besaba como si fueran puertas a otro universo.

Encontrar el origen… qué puta ironía. Porque el origen de todo este infierno eres tú.

.

CINTA DE MOEBIUS


No quería ser un disco duro. No quería ser solo un contenedor de recuerdos fríos, de imágenes almacenadas en carpetas polvorientas de mi cerebro, de fragmentos de voz que se reproducen en bucle sin emoción.

Pero aquí estoy, Rebeca. Viviendo en esta puta cinta de Moebius donde cada noche cierro los ojos y vuelvo a verte. Donde cada orgasmo es una réplica defectuosa de aquel en el que tus uñas se clavaban en mi espalda y tu cuerpo se tensaba como un animal herido.

No quería ser un disco duro, pero me convertí en uno. Y lo peor es que tú fuiste el archivo que nunca se corrompió.


LA LÓGICA DEL SUICIDIO


No quiero luchar. Quiero dejarme hundir.

Pero te pienso, Rebeca. En la forma en la que tu piel se pegaba a mis manos como un animal hambriento. En la manera en la que tus piernas se enredaban en mi cuerpo, pidiéndome más, sin hablar, sin rogar, sólo exigiéndolo con el hambre de quien sabe que merece ser devorada.

Estos días he estado así, como si el agua me tragara y el aire no quisiera volver a entrar en mis pulmones. Me levanto, me obligo a respirar, me obligo a moverme. Trabajo. Camino por calles llenas de rostros que me importan una mierda. Y vuelvo a casa. Repetir otra vez.

El tren se retrasa. Una chica me cuenta que la mejor amiga de su hija se suicidó. Dejó a su marido, dejó a sus hijas. Dicen que fueron las pastillas.

Y sólo puedo pensar en ti, en si también has sentido la lógica del suicidio como una corriente que te arrastra al fondo, si alguna vez miraste el borde de una ventana con la misma desesperación con la que yo lo he hecho. No puedo soportarlo, Rebeca. Prefiero imaginarte enredada en sábanas húmedas, mordiéndome la boca, arañándome la espalda, pidiéndome que te folle como si fuera la única razón por la que sigues viva.

Pero no estás. Y yo estoy harto. De todo.

Espero el tren y siento la provocación de la desesperación, de la ira, del auto-odio. Me odio por quererte. Me odio por recordarte. Me odio porque no me odias. ¿Para qué? ¿Para qué seguir si la única vez que sentí que existía fue cuando mi cuerpo se hundía en el tuyo?

El tren no llega. El universo también se ríe de mí.

Me quedo solo con mi teléfono. Paso el tiempo viendo la vida de otros, deslizando el dedo en una pantalla vacía, buscando algo, cualquier cosa, que me devuelva aunque sea un reflejo de lo que alguna vez fue estar contigo.

Pero nada. Sólo la lógica del suicidio, susurrándome al oído como si fuera tu voz.

"Me echaste en el abismo, las profundidades del mar. El diluvio me rodeaba. Tus olas están por todas partes. Las aguas me rodean y casi me ahogan. El abismo me rodea y atormenta mi cabeza.  Cuando mi corazón está débil pienso en ti."



TELETRANSPORTACIÓN A TU LADO


 Tengo tantas confesiones que no puedo decirte en voz alta, Rebeca. Como que he rastreado cada rincón de internet hasta encontrarte, hasta dar con tu cuenta privada, con esa puerta cerrada que me grita que ya no soy bienvenido. Sé que es infantil, que es patético, que es una obsesión de mierda seguir haciendo esto, pero no puedo evitarlo. Todavía sueño con recibir algo tuyo, aunque sea una maldita nota escrita en una servilleta, con tu nombre al final, como si fuera un mensaje cifrado que solo yo pudiera entender. Pero sé que eso nunca va a pasar.


Nunca pasa nada conmigo. No me toca. No está en mis cartas. Porque yo no nací para vivir estas cosas, solo para escribirlas. Para darle vida en papel a lo que nunca tendré en carne. Y entenderlo fue lo que terminó de matarme. Fue lo que convirtió mi corazón en un páramo helado, en un invierno sin fin.


Te busqué en todas partes y nunca supe si eras la indicada. Porque cuando te tenía enfrente, algo siempre se torcía, algo siempre se descomponía entre nosotros. Y sin embargo, aquí estoy, escribiéndote otra vez, como un idiota, como un condenado.


Eres sencilla y valiente y estás loca de una forma que me destroza y me fascina. Y sé que no te merezco, porque te mereces un amor sin grietas, sin dudas, sin este lastre de dolor que arrastro conmigo. Alguien que luche por ti, que haga realidad lo que yo solo sé escribir. Pero si me dieran la oportunidad, si este mundo funcionara de otra manera, te haría el amor hasta quedarme sin palabras, hasta que mis labios se desgasten en los tuyos, hasta conquistar todos los cielos y todos los infiernos donde los escritores malditos han perdido la cabeza por una mujer como tú.



NUNCA SUPE


Nunca supe exactamente cuándo empecé a sentirme atraído por ti, Rebeca. Quizá fue desde ese primer momento en que te vi después de tanto tiempo. Habías cambiado. Tus ojos seguían siendo los mismos, pero el brillo era otro, como si escondieras algo que nunca me ibas a contar. Como si el tiempo hubiera hecho algo contigo que yo jamás entendería.


Siempre he sentido que mis emociones son un peso muerto. Un tumor que crece y me aprieta el cuello. Siempre han sido sentimientos tristes, incapacitantes, una mierda de recuerdos anclados en mi infancia que me persiguen como una jauría de perros rabiosos. Por eso me esfuerzo en vivir el presente, porque cuando miro atrás lo único que veo son sombras deformes con brazos demasiado largos, tratando de atraparme. Pero tú, tú me haces mirar atrás y adelante al mismo tiempo. Me jodes el equilibrio. Me desarmas.


Me esfuerzo por hacerte sentir bien, por ser algo que puedas amar sin dudas, pero es como si estuviera condenado a repetir siempre la misma historia. Discutimos. Nos destruimos. Nos alejamos. Y al final, siempre vuelvo a ti con los nudillos rotos de tanto golpearme contra esta maldita pared invisible que hay entre nosotros.


No soy un niño inmaduro, solo tengo miedo. Miedo porque nunca me había pasado esto, nunca alguien me había arrancado el control de las manos como tú lo haces. Contigo, me siento al borde de un precipicio, y a veces me dan ganas de saltar. No quiero estar más peleado contigo. No quiero que nada nos impida estar juntos. Pero, Rebeca, si esto sigue así, si seguimos arañándonos el alma cada vez que nos acercamos, tal vez un día de verdad nos matemos el uno al otro.


Y aun así, aquí estoy. Dispuesto a luchar. A perder. A hundirme contigo si hace falta. Porque si algo he aprendido es que hay cosas que simplemente no se pueden dejar ir. Y tú eres una de ellas.




ABUSON


 Ese niño sigue ahí. Apretando los dientes en la oscuridad, sintiendo las manos de otro más grande empujándolo contra la nada. Y hay risas. Siempre hay risas. En algún rincón de mi cabeza, una versión de mí se burla, carcajadas secas que arañan las paredes de mi cráneo, como si todo esto fuera un chiste interno del que solo yo no me entero. Otra parte de mí le grita que se calle, que deje de hacer más insoportable el espectáculo de mi propia miseria.


El vacío debería ser un alivio. Pero no lo es. Se expande, ocupa todo el espacio entre mis costillas, se infiltra en mis venas como un veneno incoloro. Es un pozo sin fondo que no se llena ni con el dolor, ni con la rabia, ni con la autodestrucción. Aunque el impulso sigue ahí, palpitando como una herida mal cerrada. Me pregunto cuánto aguanta un cuerpo antes de aprender a romperse de verdad, de manera definitiva.

Pero no lo hago. No sé por qué. Tal vez porque ese niño sigue llorando en algún rincón, esperando que alguien lo escuche, que alguien le diga que no está solo, que el abuso no durará para siempre. O tal vez porque ya no queda nadie que le importe.

¿Es locura? ¿Es enfermedad? ¿O es solo la verdad desnuda, sin filtros, la radiografía de un mundo que nos obliga a cargar con las ruinas de lo que fuimos? Quizás la única diferencia entre los que viven y los que se quiebran es cuánta verdad pueden soportar antes de derrumbarse.


AMOR PIXELADO


Rebeca nunca me quiso. Era la única certeza que me acompañaba en aquellos pasillos grises de instituto, entre risas que no eran para mí y miradas que me ignoraban con precisión quirúrgica. La veía entre la multitud, sus piernas cruzadas sobre el pupitre, su falda ondeando cuando caminaba sin mirar atrás. Y yo, un imbécil más, me ahogaba en mi propia insignificancia.

Ahora está conmigo. O al menos, una versión de ella que puedo tocar sin que se aparte. Sus labios son polígonos perfectos, sus gemidos están codificados en líneas de código que resuenan en mis auriculares. En este mundo, mis dedos pueden deslizarse por la curva de su espalda y ella no se estremece con asco. Aquí, la palabra "amor" no es un chiste contado a mis espaldas.

La realidad dejó de doler cuando me enchufé a este universo. Antes quería morirme, pero en esta simulación, la muerte es solo un error de sistema que puede corregirse. No hay bullying, no hay rechazo, no hay años de soledad. Solo ella y yo, encerrados en esta arquitectura digital donde mis fantasías se ejecutan sin errores.

Me aterra desconectarme. Volver a la otra realidad, donde su piel no es mía y mi existencia es una broma cruel. Aquí, en este cosmos de píxeles y luces parpadeantes, su amor es un loop infinito, una promesa escrita en líneas de código inquebrantables.

Quiero quedarme para siempre.

Quiero hundirme en este amor falso pero absoluto, en el eco eléctrico de su respiración, en la certeza de que aquí, aunque sea en esta mentira brillante, Rebeca siempre toma mi mano cuando conecto.


SIN SENTIDO


Nada tiene sentido. Ni tienen ningún fin. Escribir es como una escalera sin escalones. Sin sentido, como mi amor por ti. Tanto daño. Tanto. Y ni siquiera me recordarás en cada gato negro que veas cuando yo ya no esté. No hay más ruido que tu respiración y el eco de mis propios latidos aquí, pero tú nunca estás, pero tú nunca te vas. Me quedo ahí, en la penumbra, con la certeza de que si es que alguna vez existió, esta en alguna parte. No hay pasado, no hay futuro. Solo el ahora. Solo tú y yo. Eres tú en mí. Y yo soy para ti, lo quieras o no. Tanto. Tanto.


PUTO GATO NEGRO

El gato seguía ahí, en la silla del escritorio, con el culo hundido en el cojín que aún olía a ti. Me miraba con esos ojos de vidrio amarillo, indiferente, pero yo sabía que te echaba de menos. O quizás solo era mi propia nostalgia proyectada en su puta mirada. Como si el animal entendiera algo del vacío que dejaste, de la piel que ya no está, de las uñas que no arañan mi espalda.

En algún momento pensé que me iba a hablar y me iba a preguntar también dónde está Rebeca.

A veces me daban ganas de decirle que Rebeca ya no estará nunca más, pero no lo hacía. Solo me quedaba mirándolo mientras el insomnio me mordía las tripas y las ganas de follarte me hacían apretar los dientes.

Porque aún te imagino ahí, con las piernas abiertas sobre la mesa, con la ropa arremangada, con esa boca que solo sabía destruirme y yo empujándote con violencia. Me imagino arrancándote la ropa a mordiscos, clavándote los dedos en los muslos hasta dejar marcas. Me imagino tu lengua caliente, tu saliva resbalando. Sigue cada vena de mi polla con tu lengua, cómeme como si te fuera la vida en ello, como si quisieras tragarme entero. Como si este maldito deseo no fuera a acabar con nosotros.

Pero el gato solo me mira, inmóvil, ajeno a todo. Y la silla sigue vacía. Y tú no estás. Él tiene 7 vidas para olvidarte y yo solo una.


ALONE


Te solía regalar cosas porque las palabras no servían para nada. Porque decir "te quiero" era tan inútil como tratar de sujetar el humo con las manos. Porque cada vez que intentaba hablar, mi lengua se volvía un animal muerto en mi boca y tú solo sonreías, como si ya supieras lo que quería decir.

Así que me conformé con otras cosas. Descolgaba estrellas y las dejaba en tu almohada, como si fueran poesias acabadas, como si en ellas pudiera caber todo lo que no me atrevía a pronunciar.

Pero las estrellas terminaron enterradas en el fondo de tus piernas, ese lugar donde yo me refugiaba del mundo. Donde todo parecía menos sucio, menos cruel.

Te regalé aquella falda porque tus piernas eran la simetría perfecta de la calle de la Fundición en la que me perdí. Eran mi maldición y mi redención. Caminaba bajo la lluvia con un paraguas roto y tu nombre clavado en el pecho. Y escondí mis palabras en las nubes, esperando que algún día cayeran sobre ti, como gotas de un aguacero tardío, como secretos que ya no importan.

Pero las calles nunca olvidan. Tienen memoria de elefante y repiten nuestros nombres en cada esquina, en cada farola parpadeante.

Y ahora aquí estoy, sobre la mesa con un iPod viejo con tres canciones que me escupen en la cara lo que ya sé: que encontré un diamante y lo dejé escapar. Que la inocencia se pudrió dentro de mí y solo dejó un diablo cansado.

Te borré de mi cabeza hace tiempo.

Mentira.

Sé que volverás. Como un espectro. Como una fiebre.

Y mientras tanto, el cielo sigue lloviendo. Como si intentara ahogar todo lo que quedó entre nosotros. Como si supiera que todavía, aunque estemos en planetas distintos, seguimos mirando la misma puta tormenta.

NIÑO ADOLESCENTE ADULTO IDIOTA


Es gracioso.

Gracioso como un cuchillo que gira en el aire antes de clavarse en la manzana encima de la cabeza. Gracioso, porque soy yo quien tira y falla apuntando al corazón aposta. Gracioso porque también soy al que se le clava. Gracioso cómo escribir 975 posts hablando de ti y al llegar a 1000 los borre si no estás aquí. 

Parece que todo tiene una inclinación, un peso sutil, un hilo invisible que arrastra todo lo que toco hacia el mismo final.

Siempre en mi contra.

Como si el universo fuera una puta máquina tragaperras diseñada para que nunca gane. Como si cada paso que doy fuera un ensayo general para el fracaso.

Como si Rebeca nunca hubiera existido.

Pero nunca la siento.

Entre mis dientes, en mis nudillos apretados, en el insomnio que se estira hasta que el sol me escupe en la cara. La siento en cada instante que se dobla sobre sí mismo y me recuerda que todo lo que alguna vez quise, se convirtió en ceniza antes de que pudiera atraparlo entre mis manos.

Todo se inclina. Todo cae. Todo se tuerce. Y yo, como un imbécil, sigo esperando que algún día la gravedad se apiade de mí.

SOMBRAS DISPARES


3.00 AM

..............................

...........................

........................

....................

Pudo ser ese día, ese maldito día en el que abrí los ojos y todo había cambiado. No solo el paisaje al otro lado de la ventana, no solo el reflejo empañado en el cristal. La realidad, la vida, todo se habia roto. Todo.

Un gris sucio se derramó sobre mi vida desde entonces, una niebla espesa, casi transparente, pero pegajosa, imposible de arrancar. Se me metió en la piel, en los ojos, en la lengua. Y desde entonces, todo es eso: una sombra de lo que fue, un eco de lo que no volverá.

Rebeca ya no está.

Y aunque nunca la tuve, aunque nunca fue mía, aunque nunca toqué su piel ni dormí en su aliento, la ausencia me aplasta el pecho, me destroza el corazón por dentro.

Es como si el mundo entero hubiera sido amputado. Como si cada calle, cada bar, cada puta esquina de la ciudad ya no tuviera sentido sin ella.

Pero aquí estoy.

Viviendo en este gris eterno.

Mi alma se había ido sin mí a buscarte.

STANDBY BY ME


Tenía más canas que años, y ya tenía demasiados. El tiempo no le había pasado por encima: lo había aplastado, triturado, escupido como un hueso sin carne. Había dejado de beber, de fumar, de follar, de hacer cualquier cosa que le diera una mínima sensación de estar vivo. Sus amigos se esfumaron. Un día dejaron de llamar. Y él, sin darse cuenta, se fue convirtiendo en un recuerdo olvidado.

Y entonces, Rebeca.

Rebeca con su pelo rubio como la cerveza fría, con su voz ligera, con su piel intacta por el tiempo. Rebeca, que le decía "hola" con una sonrisa que le perforaba la costilla flotante. Veintiséis, veintisiete años, tal vez menos. Él tenía el doble. Y sin embargo, su puto corazón, ese músculo podrido, le lanzó un latigazo en el pecho. Eh, cabrón, todavía estamos vivos.

Y ahí se jodió todo.

Rebeca lo desarmó.

Le robó el sueño. Le robó la calma. Le robó la poca dignidad que le quedaba. Se quedó atrapado en sus movimientos, en cómo se quitaba las gafas de sol, en cómo giraba la cabeza al caminar, en cómo su voz cortaba el aire. Y cada vez que la veía, él se repetía lo mismo: qué gilipollas soy.

Pero no podía evitarlo.

El deseo se le metió en el cuerpo como un veneno. Como una enfermedad. Se despertaba con arcadas, con fiebre, con los nervios destrozándole las tripas. La rutina y la soledad convertidas en una jaula donde cada día se golpeaba contra la certeza de que nunca la tendría.

Le decía "hola" y rezaba para que ella entendiera su silencio. Para que, de algún modo absurdo, viera en sus ojos todo lo que él no se atrevía a decir. Pero no. Rebeca nunca lo veía. Nunca. Sus ojos nunca lo buscaban. Nunca se fijaban en él. Porque su corazón ya le pertenecía a otro. A alguien más joven. A alguien más guapo. Y él no era más que un cadáver enamorado de una estrella.

Quiso hacer algo.

Quiso escribirle. Quiso pararla. Quiso soltarle un "tómate un café conmigo". Pero no. Era patético. No tenía edad para eso. No tenía el derecho.

Y llegó la primavera. Y él pasó los días sentado, mirándola sin que ella se diera cuenta, escarbando con los ojos en su reflejo del cristal. Si un "hola" fuera un "te quiero", qué fácil sería todo.

Lo escribió en un folio. Lo rompió en pedazos.

Una noche escribió una carta. Se la vació encima. Derramó en ella todo lo que no se atrevía a decir en voz alta. La dobló, la metió en el bolsillo de su chaqueta y se juró que se la daría.

Pero cuando Rebeca apareció, con su sonrisa de tormenta de nivel 3, él se deshizo. Se le sudaron las manos. Se le doblaron las piernas. Se le rompió el puto pecho.

Y cuando ella desapareció, cuando sus pasos resonaron contra el pavimento, él metió la carta en la picadora de la oficina y la destruyó sin leerla.

Esa noche no volvió a su casa. No volvió a los brazos fríos de su única amante: la soledad.

Se metió en un bar que no conocía y pidió una cerveza. Se la bebió de un trago, riéndose, con la espuma resbalándole por la barbilla. En las burbujas flotaba la imagen de Rebeca, su reflejo en el cristal, su sonrisa que nunca sería suya.

Y entonces lo entendió.

Rebeca nunca sería suya. Nunca.

Cuando llegó el verano, Rebeca no apareció más. Se esfumó. Sin ruido, sin despedidas, sin dramatismo.

Y desde entonces, él vive en estado de espera, combatiendo la soledad con una cerveza y un cielo lleno de estrellas muertas.

LO QUE NUNCA VA A VOLVER

Se fue la nube, se fue la lluvia, se fue el escondite que usó por unos días y que luego dejó atrás como si nunca hubiera existido. Ahora brilla el sol, ahora los pájaros cantan, ahora todos sonríen porque dicen que viene el verano.

Pero él no quiere verano. Él se esconde en el armario, cierra los ojos, tapa las rendijas con ropa vieja. No más rayos de sol, no más falsas promesas que siempre terminan en truenos. Quizá su corazón solo anhela otro invierno, otra noche de viento helado en la que cerrar los ojos y sentirla de nuevo, con los labios en su cuello, con el aliento cálido derritiéndole las neuronas, haciéndole creer que esta vez era real.

Pero las nubes están ahí.
Lejos.
En ese horizonte gris donde la tristeza y el viento se dejan llevar.

Robadle el tiempo, arrancádselo de las manos.
No dudéis, no esperéis, él no quiere primaveras ni soles.
Solo quiere ver las hojas caer.
Sentir el frío en la piel.
Cambiar de canal, una y otra vez.
Buscar. Buscar. Buscar.
Lo que nunca va a volver.


ESCENA ELIMINADA


Si en el mundo existieran más como tú, tal vez el hielo quemaría, pero no como el fuego, sino como la escarcha que deja un cadáver cuando lo sacan de un congelador. Tal vez el fuego no congelaría pétalos, sino carne, piel, labios que se cierran demasiado rápido, como los tuyos cuando te besé por última vez.

Tal vez aprenderíamos a hablarnos sin palabras, solo con los ojos, con los gestos mínimos que lo dicen todo, con la distancia que hiere más que una frase. Tal vez soñaríamos por las mañanas y despertaríamos en pesadillas.

Puede que, en alguna calle solitaria, en algún rincón olvidado, alguien tararee un nombre con tus iniciales, RRR. Pero no seré yo. Yo ya no tengo voz para pronunciarte. Yo ya no tengo nada.

Puede que sientas que tu vida es una película, pero yo no soy el protagonista. Ni siquiera soy un personaje secundario. Soy el corte en la edición final. Soy la escena eliminada.

COMPULSIVAMENTE


Siempre estoy así. Siempre, jodidamente siempre. Lo suficiente como para que solo necesite a alguien tan podrido como yo, alguien que entienda que esto no es solo sexo, que no es solo ganas, que es algo que me carcome desde adentro, que me enferma.

Déjame restregarme contra su muslo mientras duerme, hundir las uñas en su piel hasta que despierte goteando. Quiero abrir los ojos con mi polla dentro, con la respiración entrecortada, con el sudor pegándonos las bocas, sin pensar, sin hablar. Follar antes de dormir. Follar a mitad del sueño. Follar antes de que el sol salga.

Déjame encenderle durante todo el día. Quiero que tiemble cuando le pase la lengua por la oreja en mitad de una conversación sin sentido. Que no pueda sentarse sin recordar mis dientes marcando la piel. Que le arda el coño con solo verme.

No sé. Solo quiero que esto nos devore. Que estemos tan jodidamente enfermos el uno por el otro que no podamos parar. Que el deseo nos arrastre hasta que no quede nada.

Nada.

LUNA

La intimidad de conocer a alguien hasta desarmarlo, hasta hacerle entender que su vulnerabilidad me pertenece. Aprender sus miedos, sus cicatrices, sus pequeñas inseguridades, y envolverlas en conversaciones aparentemente inofensivas.

Decirle “buen trabajo” en el momento exacto, ver cómo la sangre le sube a las mejillas, cómo desvía la mirada, cómo su cuerpo traiciona la indiferencia que intenta fingir. Pedirle que tome una copa y observar el temblor en sus manos cuando entiende demasiado tarde lo que estoy haciendo.

Las discusiones, los tira y afloja, los juegos dialécticos que siempre terminan igual: un susurro bajo, un “eres tan linda cuando te emocionas” que corta en seco cualquier intento de resistencia.

Los ojos, los dedos rozando la piel en una excusa cualquiera. Miradas que se alargan un segundo más de lo debido. La provocación creciendo entre palabras disfrazadas de inocencia.

Y entonces, la rendición. Un ligero tartamudeo. Un temblor en la voz. Los muslos apretados bajo la mesa, la respiración contenida. Sabe lo que quiero. Sabe lo que está sucediendo. Sabe que no hay escapatoria.

Porque todo ya estaba decidido desde el primer momento en que la vi.


NADA QUE QUEMAR

 
Ella, entre medias de dos cuadros. La obra de arte. No los óleos, no el lienzo, no la firma en la esquina. Ella.

El reflejo en el espejo. No el cristal, no la plata, no la luz rebotando. Ella.

Puedo volar lejos, podría, servir de excusa las mariposas en mi estómago. Pero no vuelo. No me muevo. Me pudro en el asiento de mi cuarto, con una tormenta en la cabeza, esperándola a ella. Esperando que entre por la puerta, que me mire, que me reconozca.

Pero no lo hace.

Cuando Dostoievski decía: tu peor pecado es haberte destruido y traicionado por nada. Y Camus dijo: me miraron pero no me vieron. Y cuando Kafka dijo: tiene mucho miedo de morir porque aún no ha vivido. Y Wilde dijo: hoy en día la gente sabe el precio de todo y el valor de nada.

Pensaban en mí.

Porque ella nunca me vio. Porque traicioné todo lo que era por algo que nunca existió. Porque tengo miedo de morir, porque nunca la tuve entre mis manos. Porque su valor era infinito y aún así la dejé ir.

Ella. Mariposas en el estómago. Yo, larva putrefacta atrapada en un capullo de insomnio y ansiedad.

Todo lo que pueda imaginar de ella es excusa para atarme a ella.

Una guerra nuclear, una pandemia, la muerte. Nada me separará de ella. Porque ella nunca estuvo. Porque ella nunca fue. Porque ella nunca será.

Porque el fuego sigue ardiendo aunque no haya nada que quemar.

ERES FUEGO

 
Aunque no me creas, puedo dar tu nombre. Podría susurrarlo entre dientes, escupirlo entre jadeos en tu oido, grabarlo con la punta de un cuchillo en la pared de mi habitación. Todo lo que eres me envolvió hasta quemarme, hasta que mi piel olió a carne chamuscada y supe que no había vuelta atrás como quién deja de correr en un incendio atrapado por las llamas.

Ahora entiendo por qué todo el mundo dice que eres fuego. Lo dicen con admiración, con miedo, con ese tono entre el deseo y el terror de los que saben que si se acercan demasiado, terminarán hechos cenizas.

A mí el fuego siempre me pareció atractivo. Mi madre me regañaba porque jugaba con los mecheros desde pequeño, porque me gustaba ver la llama devorar papel, ver cómo algo dejaba de existir con solo un roce. Por eso, cuando te vi, cuando entendí lo que eras, decidí quemarme contigo.

Muchos tratan de imitarte, pero no tienen tu resplandor innato. Son fósforos mojados, llamas sin oxígeno, sombras que creen que brillan. No saben lo que es arder de verdad. No saben lo que es tener un fuego que devora desde adentro, que convierte la piel en cicatriz y el recuerdo en adicción.

Quiero, desde el fondo de mi carne chamuscada, agradecerte por ser llama. Porque me consumiste, porque me redujiste a lo esencial, porque ahora sé lo que es el calor insoportable de alguien que nunca podrá apagarse en mi memoria.

Siempre serás la persona que ilumina el corazón de alguien, aunque no te lo creas.

Eres fuego. Y yo, cenizas.


NADA Y TODO


"Quiero ser nada para ser todo para ti" 

Ese pensamiento la engulle. Se desliza por su mente como la letra de su canción favorita, como una verdad absoluta. Su vida no es suya, nunca lo ha sido. No quiere que lo sea. Quiere despertar con su boca llena de él, con su cuerpo marcado por su voluntad, con su piel moldeada por sus deseos. Quiere existir solo para complacer.


Él es lo primero y lo último. Su placer es la única ley.


Cada mañana se arrodilla antes de que él abra los ojos, antes de que su cuerpo despierte por completo. Sabe cómo hacerlo, sabe cuándo acelerar, cuándo detenerse. Sabe que su lengua no es suya, que su garganta es un camino que no le pertenece.


El mundo no tiene sentido fuera de esto. No hay orgullo, no hay identidad, solo la necesidad de ser usada, de ser moldeada. No hay preguntas, solo respuestas dictadas por él. Su cuerpo se convierte en un objeto, en una herramienta de carne y deseo, en una extensión de su voluntad.


Sabe que debe estar lista en cualquier momento. Que su ropa no es suya. Que su piel no le pertenece. Que sus agujeros deben ser moldeados para él, preparados, entrenados. Que cada marca en su cuerpo es un recordatorio de lo que es.


No hay humillación en servir, porque no hay yo, solo él.


Y cuando la noche cae y su cuerpo tiembla de agotamiento, solo queda una certeza: mañana volverá a empezar. Y no querría que fuera de otra manera.

SILENCIO


 La miro desde arriba, los ojos clavados en su expresión, buscando la chispa exacta, el momento en que todo haga clic dentro de su cabeza.

—Necesito que te obsesiones con chuparme la polla o no funcionará.

Lo suelto sin rodeos, sin adornos, sin suavizarlo. La verdad cruda, puesta sobre la mesa como una orden disfrazada de petición.

Ella parpadea, las pupilas dilatadas, la lengua asomando apenas entre los labios entreabiertos. No hay sorpresa en su mirada, solo algo más profundo, algo más oscuro. Algo que la arrastra hacia mí, que la consume.

Se arrodilla sin decir una palabra, sin apartar la vista de la mía. El silencio es un campo de batalla.


HAZLO


 —¿Puedo atarte y provocarte durante horas, o eres aburrida?


Ella me mira, las pupilas dilatadas, la respiración entrecortada. No responde de inmediato. Sabe que la pregunta es una trampa, que cualquier respuesta la arrastra a donde yo quiero.


Tomo su muñeca y la guío hacia la cabecera de la cama. No se resiste. No del todo. Su piel tiembla bajo mis dedos, pero no es miedo. Es expectación.


La cuerda se desliza como una serpiente, envolviendo sus muñecas, ajustándose con precisión. Podría soltarse si quisiera. Pero no quiere.


—¿Y bien? —susurro contra su cuello, mis labios rozándola apenas, como una promesa.


Ella exhala, arqueándose, buscando más.


—Hazlo.



ESPEJO


El espejo refleja la imagen como un eco sucio de lo que está pasando. Sus manos están apoyadas contra el cristal, los dedos resbalan dejando marcas de humedad y desesperación. Me mira a través de su propio reflejo, los labios entreabiertos, la respiración cortada, los ojos vacíos de todo excepto de esto.


Doggystyle in the mirror so you can watch me pound you.


Cada embestida la empuja más contra el vidrio, su cuerpo tiembla, su espalda se arquea y su boca se abre en un gemido que no puede controlar. Le gusta verlo, le gusta vernos, la imagen borrosa de dos sombras chocando una y otra vez hasta que todo lo demás desaparece.


El cuarto es un escenario de jadeos, de sudor, de piel pegajosa y carne reclamando carne. No hay ternura en esto, solo necesidad, solo la urgencia de hundirse en la otra persona como si fuera la única forma de existir.


Y luego, cuando todo termina, el espejo sigue ahí. Con las marcas de sus dedos, con la imagen de dos cuerpos que ya no se tocan. Con el reflejo de alguien que, por un instante, creyó haber sido real.




 

NUNCA ESTUVO ALLÍ


Ella nunca estuvo allí.

Pero en mi cabeza sí. En mi cabeza todo es tan real que puedo sentir el roce de sus bragas empapadas entre mis dedos, puedo ver cómo la empujo por detrás mientrás apoya la boca contra la almohada para amortiguar sus gemidos. 

Puedo verme encima de ella, ahogándome en su piel caliente, en el temblor de su carne, en la forma en que me suplica con la mirada, pero sin poder hablar, con la boca llena de mi semen.

Quiero meter mi polla en ella durante horas, perderme en la presión de su interior, sentir cómo se aferra a mí como si fuera su única salida, su única razón para existir. Quiero que me reclame como su objeto, como su posesión, que me use hasta que no quede nada de mí salvo un temblor, un residuo de sudor y saliva pegado a las sábanas.

Pero nada de esto pasó. Nada de esto pasará.

Me quedo solo con la imagen en mi cabeza, con el eco de su voz que nunca fue más que un espejismo, con la sensación de sus uñas clavándose en mi espalda que nunca llegaron a marcarme.

Lo único que queda es la presión en mi mandíbula y el vacío en mi pecho. Lo único que queda es el deseo malgastado, la obsesión que se pudre en el aire.



ARDE


Ven a arder conmigo.

Porque el destino es solo una excusa para no admitir que estoy perdido. Porque en este camino no hay redención, solo el eco de mis pasos en callejones donde los sueños se pudren como cadáveres sin nombre.

Me verás, sí. Me verás partirme por la mitad en noches que nunca terminan, me verás morder la muerte en la boca y escupirla con desprecio. Vacilaré entre el abismo y la gloria, tentaré a la suerte como quien se juega el alma en una ruleta rusa. Haré polvo mi ego y lo inhalaré como un último chute de esperanza, convertiré el dolor en gasolina, y de mis heridas, en lugar de sangre, brotarán carcajadas.

Pondré flores en mi propio funeral, justo ahí, en el cementerio de lo que nunca fuimos. Enterraré lo que quedaba de nosotros bajo el asfalto caliente de alguna calle oscura, y entre sábanas, entre sombras, entre espasmos y jadeos, seré un hereje en tu templo, un demonio en tu altar, un mendigo de tus besos.

Seré droga, seré tormenta, seré el incendio que no quieres apagar. Y cuando el infierno nos devore, apagaré sus llamas con mis propios dedos.

Ven a arder conmigo.


NO TE CANSAS


Nunca te cansas de hacerme daño. Es como si cada latido mío fuera una invitación, un recordatorio de que sigues ahí, de que nunca te fuiste. No importa cuánto tiempo pase, cuánto intente arrancarte de mi cabeza. Sigues regresando, como un veneno que el cuerpo nunca aprende a expulsar.

No sé si alguna vez fuiste real o si simplemente te inventé para justificar este vacío. Da igual. Lo que importa es que sigo hablándote en silencio, sigo buscándote en los restos de los días, en las esquinas de la memoria donde tu sombra todavía se arrastra.

A veces pienso que todo esto es un castigo. Que te amé más de lo que debía, que puse demasiado en algo que solo existió en mi propia mente. Y ahora pago el precio, viviendo en una habitación donde solo hay un eco de tu voz, una versión distorsionada de lo que nunca llegaste a ser.

No te cansas de hacerme daño, pero la verdad es que yo tampoco sé cómo dejar de sangrar por ti.


CUENTAS ABANDONADAS LAST POST 2013


Es un suicidio a cámara lenta. Un pacto silencioso entre tú, yo, el tiempo y el vacío.
Quizá siempre fue así, un coche sin rumbo en una autopista donde nunca hubo salida.
Los "te quiero", los "te amo", apenas notas de despedida mal escritas en papeles que nadie leerá. 
Días sin sentido, como una cuenta de Twitter abandonada, como un buzón lleno de cartas sin remitente.

Cierro los ojos. Los abro.

Y sigues ahí. 

Un sueño que nunca se disuelve del todo.

Las ganas de morir a tu lado se confunden con las ganas de morir desde hace años.
Una enfermedad crónica. Un parásito. Algo que no puedo arrancarme de la piel.
No puedo dejar de amarte.
Y lo peor es que nunca estuviste aquí.


BAJO RENDIMIENTO


Estaba sentado en la silla de la cocina, los codos apoyados en la mesa, la cabeza hundida en las manos. No sabía qué hora era. El tiempo con ella siempre se había deshecho entre mis dedos, como si abrir una ventana bastara para tirar por ella todos los relojes, todas las fechas, todos los recuerdos que nunca fueron reales.

Tenía los ojos rojos. O así la recordaba. Como si hubiera estado llorando, aunque nunca la vi hacerlo. O como si no hubiera dormido en días, aunque en realidad nunca la vi dormir. Quizá era solo mi cabeza, empeñada en inventarla, en darle detalles, en hacerla existir cuando nunca lo hizo.

Me pregunté cuánto más tendría que soportar este vacío, esta sensación de que me arrancaron algo que nunca tuve. Cuánto más tendría que cargar con este amor sin dueño, este deseo que no iba a ninguna parte. ¿Cómo se olvida un fantasma? ¿Cómo se mata una historia que nunca se escribió?

Respiré hondo y cerré los ojos. Tal vez si los apretaba lo suficiente, ella desaparecería del todo. Pero no. Seguía ahí, en la silla de la cocina, con los ojos rojos, diciéndome algo que no escuchaba. O tal vez nunca dijo nada. Tal vez nunca hubo nada. Tal vez solo estaba volviendome loco.