Una vez me prometiste estar conmigo para siempre.
Para siempre.
Como si esa palabra significara algo.
Sin importar cómo.
Sin importar dónde.
Sin importar si todavía te amaba o no.
Dijiste: estaré ahí cuando me necesites.
Mentira.
Prometiste que incluso si rompíamos me dejarías como tu único amor,
tu primer y último amor.
Prometiste que no seríamos solo amigos de mierda,
ni enemigos.
Ni odio, ni olvido.
Prometiste demasiado.
Sueños o amor.
Siempre hay que elegir.
Yo elegí amor.
Y me arranqué los sueños del pecho como cuchillos clavados en el corazón.
El amor me devolvió sangre.
El mismo lugar.
La misma lluvia.
Pero ahora ya no sostienes el paraguas.
Ahora me mojo solo.
Y la lluvia inunda esta isla.
Ha pasado tanto que ni siquiera recuerdo tu cara.
Solo el eco de tu nombre.
¿Tú aún recuerdas el mío?
Mi amor quedó tirado en la tumba de nuestro cementerio.
Demasiado vivo para matarlo.
Demasiado roto para enterrarlo.
Bajo la cabeza.
Las lágrimas se tragaron las calles de esta ciudad.
Olas de lágrimas que lloré por ti.
Me regalaste un colgante de oro.
Yo solo tenía algo real para darte.
Ni eso me dejaste entregarte.
Un día me diste la espalda sin aviso.
Un giro de hombros.
Un corte seco.
Me asustó más que cualquier golpe.
No ames por quien ni siquiera te ve.
Apréndelo a hostias.
No puedo disfrutar del amor ya.
No hay nada ahí para mi.
Oigo el sonido de las sirenas.
Cartas mal escritas.
Regalos baratos.
Basura envuelta en papel brillante.
Caos, barro y mierda.
Me he cargado el verano por ti.
Ya no tiene sentido seguir escribiendo.
No te meres que tu boca pronuncie mi nombre.
Si todavía te importa, nunca me lo hagas saber.