Me trajeron a un mundo donde solo los amantes sobreviven. Pero yo vine solo.
Un mundo que te susurra paz al oído mientras te empuja, día tras día, a una guerra sin tregua. Una batalla sin sentido, sin gloria, sin trofeos. Lo descubres con los años, cuando el espejo te devuelve la imagen de un rostro más viejo, más cansado, más derrotado. No puedes cambiar de canal. No puedes apagar esta pesadilla. No es ficción. Pero duele como si alguien hubiera escrito el guion solo para verte desangrar.
Podrías tener armas, coches, casas. Da igual. Aquí no importa. Aquí no quieren matarte del todo, solo destruirte a fuego lento. Exprimirte. Romperte. Corromper hasta el último pedazo de lo que alguna vez fue un alma libre.
Te miran por encima del hombro. Te quitan lo único que podría salvarte: la música, el cine, un buen libro. Y ni hablemos del amor. Esa trampa. Ese anzuelo envenenado en el que caíste como una cucaracha. Subiste por cuestas llenas de cuchillas, sangraste por alguien a quien nunca le importaste. Te arrastraste como un malnacido por un sueño que ni siquiera era tuyo.
Y aquí estás. En este laberinto de paredes en llamas. Condenado a vagar. O a arder. Elige.
Cada día se llevan un pedazo más de ti. Hasta que solo queda un cascarón. Regando una flor en medio del desierto con la poca dignidad que aún te queda. Con los restos de una ilusión que se pudre igual que esa flor. Porque sabes que todo fue en vano. Que nunca hubo salvación.
Podrías tener millones o no tener nada. Ninguno de los dos paga el precio de haber nacido. Te traicionan. Te olvidan. Se ríen de ti. Y tú solo esperas. Como Ralph esperando una carta que nunca llega, una llamada que nadie hará, un mensaje que no se escribe.
Y cuando ya no sirvas. Cuando tu dolor ya no sea rentable. Cuando ni siquiera puedas llorar… entonces te dejarán en paz. Te colgarán como un dispensador de gel después de la pandemia: olvidado, reseco, inútil.
Tu única sonrisa será una mueca torcida. No de felicidad. De odio. De saber que todo fue una mentira. El sexo, el amor, la ternura... ilusiones rotas. Porque tú no viniste aquí para vivir. Viniste para sufrir.
Y ahora ya da igual. Que te apunten a la cabeza con un revolver, que te griten, que te amenacen con matarte. Solo puedes decir: “Por fin. Gracias.”
La parte buena es que ya no tienes miedo. Ya no hay tristeza. Solo el vacío. El puro y honesto vacío. No necesitas defenderte. No hay amenazas. No hay razones.
Puedes coger una silla. Sentarte. Y esperar. Mientras el mundo arde. Mientras scrolleas y ves cómo todo se va a la mierda.
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